jueves, julio 05, 2007

LA DIMENSIÓN SOCIAL DE LA UNIVERSIDAD

por Carlos Miguélez
ccs@solidarios.org.es


El modelo de “el hombre para el conocimiento” cambiará por el de los conocimientos al servicio de las personas cuando despierte la dimensión social inherente a la Universidad.

Hace dos décadas se reunieron profesores y alumnos en aulas universitarias españolas para dialogar sobre lo que podían hacer ante tanto dolor y tanta injusticia. Un ejemplo en defensa de la educación para abrir el camino hacia la libertad y hacia la transmisión de ciertos valores a las personas, entre los que está la participación, clave de la verdadera democracia.

La participación está en peligro

Entendida con su componente de participación, esa forma de gobierno está en peligro extinción en el mundo moderno. Por ejemplo, el 80% de los mexicanos creen que la democracia es el mejor sistema de gobierno. Sin embargo, sólo el 20% de los encuestados fue capaz de citar una diferencia entre un régimen democrático y uno que no lo es, según un estudio de la Corporación Latinobarómetro.

Esta confusión no es única de México ni de los países latinoamericanos, aunque ahí el malestar y el desencanto sean más graves debido a una forma de democracia neoliberal agresiva, incapaz de mejorar las condiciones de vida y de darles herramientas claves para su libertad y la búsqueda de la felicidad, como lo pueden ser la educación y la libertad.

La preservación y la prosperidad de la democracia parten de “construcciones voluntarias, formuladas en proyectos, modeladas por liderazgos e investidas del poder que proviene del apoyo popular”, como apunta el PNUD en su informe sobre la democracia en el continente americano. Desde que originó la democracia en los pueblos de la antigua Grecia, no se entendían la pertenencia a una comunidad y la ciudadanía sin la participación de todas las personas libres en los espacios públicos.

La complejidad de nuestros sistemas políticos, económicos y sociales dificulta esta participación en lo público, casi limitada hoy al voto electoral. Pero mientras los mercados y los espacios privados extienden sus redes y ahogan los espacios públicos, la Universidad y el voluntariado social se presentan hoy como campos fértiles para la participación en las cuestiones que más afectan a los ciudadanos.

No resulta extraño que hayan proliferado programas de voluntariado y de cooperación al desarrollo con prestigio en tantas universidades españolas, con el apoyo de rectorados, decanatos y de instituciones públicas.

Vivimos en un mundo excluyente

La Universidad se ofrece como el ayuntamiento donde los maestros y los alumnos entran en un proceso de compartir saberes del que salen enriquecidos y transformados. Las clases formales y la teoría que dota de conocimientos necesarios al universitario para luego poder aplicarlos en su terreno profesional son tan importantes como los seminarios extra-curriculares y los espacios en los que el compromiso no deja de ser una cuestión fundamental. Así surgió el voluntariado en la Universidad Complutense de Madrid, como una apuesta por la formación y por el servicio a los demás.

Como el voluntario social, el universitario conoce la realidad y toma partido por los excluidos contra la exclusión. A partir de esos conocimientos analiza, reflexiona e idea nuevas vías de actuación para resolver los problemas actuales. Esto ha llevado a miles de universitarios a darse cuenta de que vivimos en un mundo excluyente que confunde valor con precio y que se rige por un sistema de “intercambio infinito”, como la prestigiosa profesora de Ética, Adela Cortina, llama a la forma “moderna” de relación interpersonal, basada en el dar para recibir algo a cambio. El voluntario social da sin obligación alguna sin esperar nada a cambio, aunque después se dé cuenta de que recibe mucho más que lo que da.

Pero no son los conocimientos sino el enriquecimiento en valores que ofrecen los espacios universitarios los que llevan a los jóvenes a denunciar las injusticias y formular propuestas sin las cuales forjaríamos una sociedad arraigada en la “cultura de la queja”. Está en manos de cada uno trabajar para construir una sociedad civil cohesionada donde cada persona aporte lo que le corresponde. En ese sentido, la labor de los profesores universitarios es fundamental, pues su tarea consiste, además de en transmitir saberes, en ayudar a sus alumnos a dar lo mejor de sí mismos y desarrollar al máximo sus capacidades.

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